viernes, 24 de abril de 2015

ESCUELA DE PADRES: NUEVAS ADICCIONES

Ayer pudimos disfrutar de la Escuela de Padres cuya temática estuvo centrada en el reconocimiento y prevención de adicciones a través de la educación.
Se caracterizó por ser una charla muy interesante que despertó nuestro interés desde el primer momento hasta el final de la misma, pues nuestro especialista Julio Tudela, es un gran orador. Se incidió en aspectos relevantes para los padres y madres preocupados por este nuevo problema que hace que en ocasiones nuestros hijos pasen horas conectados a internet de forma dependiente:
  • Se nos dieron las pautas para reconocer cuando estábamos ante una adicción a redes sociales, internet, móviles, videojuegos,  televisión e incluso drogas.
  • Identificar las consecuencias del abuso de "las pantallas" y del mal uso de las mismas.
  • Se nos explicó el proceso de instauración de la conducta adictiva y el papel tan importante de la prevención, cuya responsabilidad recae en los padres.
  • Se nos informó de datos estadísticos sobre el uso de redes, internet e incluso contenidos consultados a través de la "nube". Datos preocupantes sobre todo lo que conlleva las adicciones a las nuevas tecnologías, y que requiere de una actuación por parte de los padres a la hora de poner límites.
  • De la importancia de dar una educación basada en la firmeza y el afecto, como elementos claves en la formación de futuros adultos.
  • De la adolescencia y la infancia.
  • De los errores pedagógicos: castigar frente a corregir.
  • Del aprendizaje emocional desde edades muy tempranas
  • El entrenamiento en el "aplazamiento de la recompensa", como medida de prevención
Como ejemplo del aplazamiento de la recompensa, os dejamos el vídeo de la prueba del Marshmallow, que aunque está en inglés deja muy claro en qué consiste este experimento.
En la década de los sesenta, en experimentos que se realizaron durante 30 años, Walter Mischel, de la Universidad de Columbia, demostró la correlación entre la capacidad para controlar los impulsos básicos en la infancia y las características en la vida adulta. Estos estudios ponen de manifiesto la importancia del aprendizaje emocional, en edades tempranas, en el contexto educativo. 
Descripción del experimento
La investigación de W. Mischel fue llevada a cabo con preescolares de 4 años de edad. Se les dejaba solos en un aula con una golosina en la mesa y se les ofrecía otra, como recompensa, si eran capaces de esperar 20 minutos el regreso del experimentador, sin tocar la golosina.
Para un niño de 4 años, constituye un reto importante. La confrontación entre deseo y autocontrol o entre gratificación y demora es extraordinaria.  El control de la impulsividad y la capacidad de gestionar las emociones, y su relación con la voluntad, conlleva importantes aplicaciones educativas. ¿Se imaginan que la respuesta del niño pueda reflejar el carácter o trayectoria que pueda seguir años después en la vida? Pues en eso consistía el estudio. 
Al cabo de unos años (entre doce y catorce) se evaluó, a través de unos test escritos, competencias y habilidades generales que presentaban los ahora adolescentes.
Las diferencias emocionales y sociales que presentaban los adolescentes que a los 4 años fueron incapaces de reprimir sus impulsos, eran extraordinarias respecto a los que aplazaron la recompensa de la segunda golosina. Los que a los 4 años de edad fueron capaces de resistir la tentación  eran socialmente más competentes, afrontaban mejor las frustraciones de la vida, eran más responsables y seguían siendo capaces de demorar las gratificaciones al perseguir sus objetivos. Sin embargo, una gran parte de los preescolares que mostraron de niños un comportamiento más impulsivo presentaban una baja autoestima, eran más indecisos, soportaban peor el estrés  y eran más proclives a discutir y pelearse. Pasados todos estos años, seguían siendo incapaces de aplazar la recompensa.
 Pero lo más sorprendente es que, cuando se evaluó a los niños al terminar el instituto, los resultados académicos de los que no supieron dominar sus impulsos a los cuatro años de edad eran peores. La evaluación, que fue realizada por los propios padres, demostraba que los niños que fueron más pacientes al llegar a la adolescencia, mostraban una mayor predisposición al aprendizaje, razonaban y se concentraban mejor y eran capaces de llevar a cabo los objetivos planteados con mayor decisión.